Freud, Costa Rica y sus malestares.




Hace algunos años en la Universidad de Costa Rica se nos invitaba a un grupo de neófitos en Psicología a profundizar acerca de la obra “El malestar en la cultura”, escrita y publicada por Sigmund Freud en 1930 bajo el título original “Das Ubehagen in der Kultur”. Esta obra inicia con un pasaje que motiva al lector a percatarse acerca de la evidente incoherencia humana entre el pensamiento y el actuar que orientan la existencia de cada individuo.

Argumenta Freud que “el hombre suele aplicar cánones falsos en sus apreciaciones” y que “las discrepancias entre las ideas y las acciones de los hombres son tan amplias y dispares” que la reacción a cualquier circunstancia no es un objeto de análisis simple.

Inclusive dentro de la misma obra, orientada a mapear la complejidad de las insatisfacciones humanas, el autor describe magistralmente las tres fuentes del sufrimiento humano: la supremacía de la Naturaleza, la caducidad del propio cuerpo y la insuficiencia de los métodos autónomos para regular las relaciones humanas en la Familia, el Estado y la Sociedad.

No está de más decir que el mismo Freud plantea un aparato psíquico complejo cuya misión fundamental es la de resolver pulsiones vinculadas al concepto de satisfacción y placer. Tal es el caso de la pulsión de muerte (Thanatos en su versión postfreudiana) que lleva al individuo en primer plano a la autodestrucción y en una etapa posterior a la agresión. Ésta tiene un opuesto categórico denominado en el pensamiento psicoanalítico como Eros que promueve la cohesión, integridad y unidad.

Ahora bien, mirando la realidad social y política de Costa Rica, tenemos en síntesis un país orientado por esta tendencia freudiana de búsqueda del conflicto, la falta de resolución y la evidencia de insatisfacciones derivadas del concurso de los eventos generadores de esa omnipresente idea de la guerra pasiva entre Ciudadanos y sus Gobernantes. Una guerra que no tiene armas pero tiene palabras y argumento.

¿Será que nuestra sociedad funciona de esa manera violenta y autodestructiva? Freud tenía razón. Sin embargo, lo más interesante es que él mismo postula que estas tendencias son “cosas por todos conocidas” y que exponen “hechos que en realidad son evidentes”, pero siguen interactuando en el nivel de la forma (consciente) y no nos percatamos de su fondo (inconsciente).

Cada día la persona costarricense demuestra, con más contundencia, su disgusto generalizado ante el entorno donde se encuentra. Esto como articulación de un maremágnum de temas que anhelan una respuesta como satisfacción: corrupción, delincuencia, violencia estructural, bienes públicos, inversión social, entre otros.

Es interesante, por ejemplo, dar una mirada al fenómeno de las redes sociales como agente de difusión. Ante ellas la visión tradicionalista de mercadeo donde una impresión negativa generará ocho más se rompe, derribando la barrera de lo público y lo privado, de tal manera que se debe entender la colectividad como un fenómeno cada vez más inclusivo e informado pero no del todo propositivo.

Es necesario reincorporar la idea de bienestar común de manera íntegra en todos los sectores sociales. Las nuevas pulsiones de violencia presente en el modelo de país vigente, violentan lo que Immanuel Kant en 1785 definía como Imperativo Categórico al referirse en su segunda formulación a que cualquier modo de obrar debe traducirse en que el ser humano y sus similares han de ser siempre un fin y nunca un medio.

Si bien, el contexto en el que Freud escribió la obra que nos sirve de referente era instrumentalmente diferente al nuestro, aún manejamos la esencia de las mismas insatisfacciones. Una muestra de lo anterior es la falta de coherencia en la toma de decisiones en el nivel político, que se revela como síntoma de insatisfacción social, cuya solución por más evidente que parezca debe ser el diálogo simétrico, reflexivo y oportuno. Es fácil reconocer que lo que llega a la Sala IV para su “análisis y dictamen” no es más que documentos muy teorizados pero ausentes de reflexión.

Cada uno desde su función, pública o privada, debe recordar que todo acto concreto tiene un sentido que impacta sobre la vida de otros, en una cadena de eventos positivos o negativos según se decida tomar con seriedad el papel trascendente de lo individual en lo colectivo. Es un buen momento para detenerse y reconocer si la mera queja aporta al desarrollo de las personas costarricenses o sí más bien estamos redundando en el ciclo sin fin de señalar sin una estrategia de mejora que acompañe nuestro reclamo.

Se hace cada vez más necesario mirar los malestares de la sociedad en su conjunto y detallar aquellas particularidades que los definen para tomar decisiones que promuevan un país con mayor calidad de vida, menos partidista y con más sensación de bienestar.

Es urgente que la ciudadanía en general recuerde cuál es el fin fundamental de la existencia humana y de esta manera recupere la noción de que el camino al desarrollo no depende de manera exclusiva de los rendimientos económicos de un país. Detrás de cada ley existe un ciudadano y frente a cada Estado están las herramientas para percatarse de que lo prioritario trasciende la mera acción administrativa.

Si esto parece evidente es de esperar que tanto el Estado, los Partidos Políticos y la Sociedad Civil se sienten a redescubrir el agua tibia nuestra de cada día. Más, como diría Freud al finalizar “El malestar en la cultura”: “¿quién podría augurar el desenlace final?”.

JEGR.

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