Érase una vez un niño. Dormía. Sentía. Caminaba.
Pero, por los azahares de la Vida. Descubrió que su habitación estaba sola.
Abrió la Puerta y dejó entrar al Amor.
Pero la falta de Sol de la habitación oscura no lo dejó crecer.
Cerró la Puerta.
Corrío.
Lloró.
Suspiró.
Y miró a la ventana.
Abrió las cortinas. Y entró un potente Sol.
Un atardecer sin nubes, lleno de luz por la noche, repleto de luz por el día.
Reconoció que había triunfado.
Abrió nuevamente la Puerta y se sentó a mirar orgulloso.
Miró la ventana abierta, desde Santiago.
JEGR.
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