Teoría del Bien y del Mal.


Ya llevo varios años con este blog, al que recurro de forma terapéutica en la mayoría de las ocasiones. Algunas veces también vengo por acá de forma lúdica. Y en otros momentos no se ni porqué vengo.

Recuerdo que he escrito cosas con múltiples fines y en diversas circunstancias. Luego de noches de lluvia, en mi cama, al finalizar algún momento poco ético en mi Vida, en madrugadas, solo y acompañado.

También me han embargado sentimientos muy variopintos: histeria, ira, melancolía, placer, resignación y otros que he licuado en esta breve lista. ¿Quién no lo ha sentido?: ira-dolor, melancolía-placer, compasión-furia.

Hoy decidí darme el chance de recomenzar. Aproximarme de nuevo a mí y al mejor estilo de un filósofo famoso o un teólogo destacado, comenzaré a escribir mi propia teogonía: la manera en que concibo "lo bueno" y "lo malo" -lo que me gusta y lo que no-.

Pase adelante y sírvase.




Algunos plantean que el mismo Dios inventó la maldad. No pretendo desafiar a nadie terreno o celestial afirmando o negando tal afrenta. El tema es que existe. Así como el Universo.

La misma materia que la compone tiene genética humana, porque aunque parezca increíble, el resto de lo creado no tiene capacidad para dañar, aunque su inercia así lo haga parecer.

Entonces, está en el interior. Sí. 

No estoy planteando que se traiga desde que se nace. Pero así como todos tenemos genes tímidos en algunas características físicas o mentales, también este gen anda por ahí desde que se nos concibe.

Jung va más allá y cree que la traemos con alta capacidad de memoria, pero no se nos presenta de frente, sino que es inconsciente y colectiva. Freud pensaba algo parecido, pero le agregaba un toque de dramatismo y aniquilación que nunca me ha convencido.

Los religiosos luchan contra ella, los ateos la ignoran, los místicos la repelen o la invocan. 

Yo simplemente sé que existe. No la quiero cerca, pero sí deseo saber cómo piensa, para que cada quien se quede quieto en su lugar. No la quiero de amiga, sólo de conocida. Una vecina en el cajón de mi ADN.

La gente la observa por televisión y la escucha en las radios. Pero si se la topa en la calle se muestra indiferente o le aterroriza. Muchos son ajenos a sus consecuencias, otros le rinden devoción.

En muchos casos, viene vestida de alegría y felicidad, con el alma repleta de peligro y de esa tristeza que se mete hasta en los huesos. 

No me gusta verla, ni sentirla cerca. Cuando se aparece en alguien más me da rabia y cuando me ataca de forma personal me desespero. No la quiero cerca, me aturde. En ocasiones viene vestida de mi canción favorita y otras de unos silencios que no soy capaz de controlar.

Que se aleje. No creo, como muchos, que tiene que ser parte de nuestra Vida. Algunos la ascimilan como al amanecer y no tengo interés en eso. No hay verdad en que siendo ella una manera de entender las cosas o reaccionar ante ellas, haya que aceptarla. No la quiero. La Vida no tiene porqué ser esa dosis de dolor que ella genera. 

La Verdad de la Vida no es esa, ella no es la que debe dictar hacia donde se debe caminar.



Está la Luz. Muchos le atribuyen también a Dios los derechos de autor; yo creo que Él mismo es la Luz. Le puede usted llamar claridad, iluminación o paz. Es ese sentimiento de que no hay deuda pendiente con la Vida.

Es algo similar a cuando duerme un bebé recién nacido. 

La belleza de esta bondad también se trae adentro, sólo que está destinada a crecer, no a estancarse. El ser humano está destinado a lo bueno, lo frágil, lo sensible. De ahí nuestra volatilidad al venir al mundo. Si estuviéramos diseñados para lo contrario nuestra fragilidad no sería tan amplia y tan contundente.

Se expresa a través de nuestra boca y camina entre nuestros pensamientos.

Le da algarabía cuando se le escucha y se extasía con la magia de lo sencillo, como la primavera o las golondrinas al volar.

Tiene una capacidad transformadora cuando se une con la de otra persona y decide crecer junto con ella. La Luz está ahí, en esa mística de iluminar a los demás, no por la vanagloria de lo intencional, sino por la discreción de propagar lo bueno que está en el interior con sutileza, como las flores que no alardean de su hermosura.

También hay Luz en lo viejo, lo que ya ha crecido y está dispuesto a seguir creciendo, pero en otro estado.

No basta para alentarla que se recen tres o nueve invocaciones. Hay que llamarla con el espíritu, aunque no se rece mucho y se ore poco. Hay que tocarle guitarra para que se anime y dejarla que se escape por los ojos cuando se mira a alguien más.

Si no se comparte se seca. Si no se defiende se asusta. Si se siente avergonzada le dan ganas de apagarse.

Hay que defenderla.

La Verdad de la Vida es esta, la Luz está, ella puede indicarnos hacia dónde ir.


JEGR.

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